OMS vol 1

El día que cerraron el hospital, me llevé a casa un aparato portátil de rayos X para utilizarlo como galán y hacer radiografías de las páginas web. Por desgracia, el plan de la ONU para el 2000, Salud para todos, se había cumplido. Hubo una epidemia de salud en todo el planeta y las farmacéuticas tuvieron que reciclar los medicamentos en hostias para misa, enriquecidas con prozac o trankimazin, y en filtros de cigarrillos, bajos en nicotina y ricos en ibuprofeno, hemoal y demás. El leviatán del enfermo sano había triunfado.
Se organizaron macroconciertos en todas la capitales mundiales para celebrar el fin de la patología. Los gobiernos derruyeron centros de salud y complejos hospitalarios, construyendo en su lugar templos cristianos y fábricas tabacaleras. En Nueva York, encima del Mont Sinai Hospital, Obama encargó a Norman Foster el diseño de dos rascacielos donde se instalarían las nuevas oficinas de la OMS y UNICEF, y en el Center for Disease Control de Atlanta, se levantó una catedral que fue bautizada como Saint Peter´s Cathedral 2.0.
Ante tal desequilibrio biológico, grupos de científicos y ecologistas formaron organizaciones llamadas no gubernamentales (ONG) para luchar contra el superávit de salud. Una de ellas, llamada MSF, médicos sin fronteras, elaboró un plan de vacunación inversa, añadiendo a los envases de cocacola, ADN recombinante del virus de la gripe, aunque los resultados han sido desalentadores. El sistema inmunológico ha adquirido tanta memoria contra los patógenos, que es altamente improbable que un microorganismo pueda causar enfermedad. Según los expertos, de seguir este crecimiento vital sin límite, las dos únicas posibilidades de supervivencia de la especie humana, dado que la densidad de población en cada rincón del planeta es equiparable a la del barrio de Manhattan en 1998, serán colonizar Marte o practicar guerras preventivas.