El mapa del tiempo pertenece y permanece siempre en la misma posición, los cambios son un artefacto. Anticiclones, borrascas, las isóbaras que forman la matriz del clima son una invención, astrología computerizada o cartografía de un futuro imaginario de tres días. Hubo un tipo de Astorga que empapeló su habitación con los recortes del tiempo del Diario de León de un año. Los mapas del tiempo se circuncribían a la región y sobre ellos trazó un plan de viaje para no ver el sol en 365 días. Fue el momento en que la venta de cafeteras había bajado de forma significativa y los cartuchos de Nespresso barnizaban de colorines los contáiners de las ciudades
dicen por ahí que hay gente que no sabe estar sola, que necesitan decorar su entorno con la previsión del tiempo, como si fuera una tara congénita de la que se debe escapar. Ballard estuvo solo tres meses en Tokyo, con una radio, un libro de fisiología, la cafetera rota, zapatillas de correr a lo Sebastian Coe y las previsiones meteorológicas de todo el verano anterior plastificadas en el interior de una carpeta de fuelle
y consiguió escribir El imperio del sol
aquel maragato que forró su habitación, empapeló también la tele, otro mapa del tiempo que permanece de cara a la pared con el único momento real guardado hasta el prime time.
y sus fotos de boda, que esperan la hora de máxima audiencia llenas de polvo, y no es que sean iguales, es que son las mismas: blanco nuclear, escote palabra de honor, el velo combándose de suspiros de orujo, pelo recogido antigarfunkel, y sin mirarse, enfrente, traje oscuro, ramillete en la solapa, zapatos relucientes, invisible
sin gritos
ni cuarteles generales
el plástico arco iris de nespresso nos empuja en círculo
por todos los mapas
las cafeteras, las borrascas del Atlántico que tapizan el suelo de agua sin gas, los libros flotantes de fisiología humana
permanecen en un grupo de isóbaras de tres días
acribillando de incertidumbre el pronóstico
dicen por ahí que hay gente que no sabe estar sola, que necesitan decorar su entorno con la previsión del tiempo, como si fuera una tara congénita de la que se debe escapar. Ballard estuvo solo tres meses en Tokyo, con una radio, un libro de fisiología, la cafetera rota, zapatillas de correr a lo Sebastian Coe y las previsiones meteorológicas de todo el verano anterior plastificadas en el interior de una carpeta de fuelle
y consiguió escribir El imperio del sol
aquel maragato que forró su habitación, empapeló también la tele, otro mapa del tiempo que permanece de cara a la pared con el único momento real guardado hasta el prime time.
y sus fotos de boda, que esperan la hora de máxima audiencia llenas de polvo, y no es que sean iguales, es que son las mismas: blanco nuclear, escote palabra de honor, el velo combándose de suspiros de orujo, pelo recogido antigarfunkel, y sin mirarse, enfrente, traje oscuro, ramillete en la solapa, zapatos relucientes, invisible
sin gritos
ni cuarteles generales
el plástico arco iris de nespresso nos empuja en círculo
por todos los mapas
las cafeteras, las borrascas del Atlántico que tapizan el suelo de agua sin gas, los libros flotantes de fisiología humana
permanecen en un grupo de isóbaras de tres días
acribillando de incertidumbre el pronóstico
