dilluns, 21 d’abril del 2008

NORTHERN EXPOSURE TUNEADA vol 9


Acostumbraba a vivir en el naufragio de la razón, en la rueda de prensa primitiva y salvaje de los finales premeditados, de los comunicados de guerra de sus romances perdidos, esperando tapiar los recuerdos con semillas de una historia nueva. Quién soy yo para dudar del sentimiento más antiguo y potente de nuestra especie, de todas las especies, por qué intento recuperar el amor de las noches más largas de invierno, si esta maldición viaja conmigo como mis manos o mis dedos.
Había cargado la avioneta hasta el final de la aguja del indicador de combustible, tenía autonomía de vuelo para ir y volver hasta el estrecho de Bering. Sobrevolaba ese desierto helado en busca de señales de un trineo y su conductor, para oler y sentir almenos desde las alturas, la fragancia fresca y caricias de aquel que la quiso sin pedir ni esperar nada, del antídoto en forma de neoyorquino cascarrabias e indolente. Supo de su poder curativo el mismo día en que se marchó. En algún lugar de su corazón dejó de sentir el peso y dolor de su maldición el día de la partida. La distancia le había hecho aumentar el deseo de poseerle y no separarse de él nunca más. Una sensación nueva y extraña que jamás había sentido. Las medias noches sin sus conversaciones ácidas y las auroras boreales del paisaje eran cada vez más tristes sin su risa, sin su voz, sin sus manos sedosas de urbanita galeno. Llevaba en el reproductor de música a un cantante hispano que había versionado sus canciones, cantándolas con nuevas o viejas glorias. La segunda canción se repetía de forma contínua, una y otra vez, era lo único que quería escuchar y sentir: si tu no vuelves, no quedaran más que desiertos, si no vuelves no habrá vida,no sé lo que haré…si tu no vuelves no habrá esperanza, no habrá nada… como aquel altiplano congelado, símil de su corazón, o de lo que fue. No dijo lo que sentía, lo que le hacía levantarse cada día temprano, lo que le hacía vivir, ni tan siquiera miró sus ojos para ver reflejados sus sentimientos en el iris especular, el iris que esperaba un no te vayas por favor, en forma de mirada imposible. Si no vuelves no habrá vida, no sé lo que haré… Tal vez su hechizo maldito era eso, no saber decir, no saber reconocer, no saber romper las barreras de su indecisión, no saber exponer su piel finísima al tacto ajeno. Después de dos horas de vuelo reconoció una figura humana con animales en la planície de hielo. Tenía sitio y medios para aterrizar. Descendió unos cientos de pies para asegurarse que era el que buscaba. Sonrió por primera vez en días, cambió la canción, a una que se titulaba Te amaré. Acto seguido, puso la avioneta boca abajo y dibujó círculos en el aire. El paisaje se tornó de un rojo vivo e intenso, como la sangre caliente que por fin rodaba por sus venas. La de ambos.

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