diumenge, 24 d’agost del 2008

OLEO sobre BA-LON-CES-TO


Hace algún tiempo, no mucho lo reconozco, que dejé de tirar a canasta en una competición, también que me di cuenta de la parafernalia que envuelve al mundo médico y de su supuesta santidad científica. Supongo que por eso me hice radiólogo, aunque esto es otro tema.
Que el espíritu olímpico es un concepto vacío es evidente, y que los Juegos Olímpicos, entre otras cosas, son la manifestación más grande de
nacionalismo extremo y de nihilismo deportivo también. La política exterior del país más poderoso del mundo ha sido cincelada a golpe de silbato en el torneo olímpico de baloncesto, coronando la escultura con la final de hoy. Los jugadores americanos, autodenominándose así porque al resto del continente lo consideran su cuarto trastero, con porte y comportamiento de marine [marines invadiendo un país cantaban Celtas Cortos] han desembarcado y tomado un pabellón de baloncesto. Su teniente Kobe rubricó la escenificación poniéndose el dedo índice en los labios para callar los silbidos del público. Silencio se rueda. Pekín es el plató de Hollywood oriental y el paripé final, los últimos compases modificados de Salvar al soldado Ryan en pantalón corto y camiseta de tirantes. Habían recuperado el oro.
Los tres árbitros [representantes de la justicia deportiva, víctimas de la corrección política], dos europeos, lituano y finlandés, y un argentino, han aplicado el aforismo de Groucho Marx, aquél de: tengo unos principios, pero si no le gustan tengo otros. Delante de unos quinientos millones de telespectadores, han demostrado que las reglas no las marca la FIBA (Federación Internacional de Baloncesto) = ONU , sino la NBA = OTAN. Es el leitmotiv del share, lo fundamental en el Broadway global, en catalán, qui paga mana (quien paga manda). La CNN o la CBS, como demiurgos existencialistas de la televisión, lo mismo imponen la hora del aterrizaje de un helicóptero Apache en el centro de Mogadiscio como el inicio de una competición deportiva en China. Y ya se sabe que la historia la filman los vencedores y que los efectos especiales corren a cargo de los corresponsales de guerra. Cartago fue a Roma lo que Saigon o Bagdad a los "yuesei", trozos basura de película remasterizados con heroísmo.
Todo esta mandanga arbitral, de jurados y organización siempre tiene el mismo tufo a servilismo cutre. Pienso que metafóricamente es equiparable a la sumisión de la Unión Europea en materia de conquistas disfrazadas con eslóganes del tipo libertad duradera o devolver la esperanza. Lo importante es que el mensaje publicitario parezca sacado del Antiguo Testamento. Así lo dota de una carga de profundidad que en el fondo no tiene, pues en estos casos, el contenido es el continente, la mejor definición de show. Por difusión pasiva, siguiendo un gradiente USA-Europa, los datos crudos de la sociedad occidental se han convertido en un anuncio de teletienda. No hay que olvidar que este equipo norteamericano fue bautizado antes de aterrizar en Pekín como el equipo de la redención (Redemption Team), lo cual indica su naturaleza mesiánica y sobrenatural: son los únicos de la competición que no pasan los controles antidopaje, no están obligados.
Hace tiempo que en cuestiones baloncestísticas la NBA no enseña nada, porque en lo único que han crecido es en músculo, en muecas con la lengua fuera y en falta de humildad. Hace tiempo que en política exterior siempre muestran lo mismo.
Prefiero a Pau Gasol y Manu Ginóbili a Dwight Howard y Jason Kidd, Vila-Matas a Hemingway.
A pesar de ser un apasionado de los EEUU, incluido el deporte de la canasta, lo ocurrido en Pekín está lejos del mejor baloncesto estadounidense y es fruto de la imitación sostenible: Michael Jordan sólo hay uno y aunque Lebron James haga dos tirabuzones en el aire antes de lanzar un triple no es lo mismo.

PD: Por cierto, supongo que Aznar se ha partido de la risa sentado en el sofá de un rancho tejano, con los pies encima de la mesa y los apuntes de sus clases de Georgetown entre las manos. Eso sí es política internacional.

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